-El doctor P. era un músico distinguido, pasando después a ser profesor de Música de la escuela local. Fue en ella, en relación con sus alumnos, donde empezaron a producirse ciertos extraños problemas.
A veces un alumno se presentaba al doctor P. y el doctor P. no lo reconocía o mejor no identificaba su cara. A veces los reconocía por la voz. También veía caras donde no las había. Podía dirigirse cordialmente a las prominencias talladas del mobiliario y quedarse asombrado de que no contestasen.
Al principio todos se habían tomado estos extraños errores cómo gracias o bromas, incluido el propio doctor P.
El doctor P. consultó a un oftalmólogo "no tiene usted nada en la vista, le dijo, pero tiene usted problemas en las zonas visuales del cerebro".
Tiene usted que ver a un neurólogo, y, a consecuencia de esto acudió a mí.
Era un hombre muy culto, simpático, yo no acababa de entender por qué lo habían mandado a nuestra clínica.
Y sin embargo había algo raro. Cuando le hablaba, estaba orientado hacia mí, y no obstante había algo que no encajaba del todo. Llegué a la conclusión de que me abordaba con los oídos, no con los ojos.
Y ¿que le pasa a usted?, le pregunté por fin.
A mi me parece que nada -contestó con una sonrisa- pero todos dicen que me pasa algo en la vista.
Pero usted no nota ningún problema en la vista.
No, pero a veces cometo errores
¿Me permitiría examinarle?
Sí, claro, doctor Sacks.
Quedé sorprendido cuando al cabo de un minuto no lo había hecho.
¿Quiere que le ayude? pregunté.
¿Ayudarme a qué? ¿Ayudar a quién?
Ayudarle a usted a ponerse el zapato.
Ah, sí- dijo - se me había olvidado, ¿el zapato? ¿el zapato?, parecía perplejo.
Continuaba mirando hacia abajo, aunque no al zapato. Por último posó la mirada en su propio pié.
¿Este es mi zapato, verdad?
¿Había oído mal yo?, ¿Había visto mal él?
Nó, no lo és. Ese es el pié. El zapato está ahí.
Ah! creí que era el pié.
¿Bromeaba?, ¿Estaba loco? ¿Estaba ciego? Si aquel era uno de "sus extraños errores" era el error más extraño con el que yo me había tropezado en mi vida.
Le ayudé a ponerse el zapato (el pié), para evitar más complicaciones. Estaba tranquilo, hasta parecía haberle hecho gracia el incidente.
Veía perféctamente, pero ¿qué veía?.
Pareció decidir que la visita había terminado y empezó a mirar en torno buscando el sombrero.
Extendió la mano y cogió a su exposa por la cabeza intentando ponérsela.
¡Parecía haber confundido a su mujer con un sombrero!
Ella daba la impresión de estar habituada a aquellos percances.
Al final, a pesar del avance gradual de la enfermedad (un tumor enorme en las zonas visuales del cerebro), el señor P. enseñó música y la vivió hasta los últimos días de su vida
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